En su confirmación en San Isidro
FUENTE: ABC.-Primer festejo de «No hay billetes». A la
primera actuación de dos figuras, Castella y Talavante, se une la confirmación
del peruano Roca Rey. Asiste
Don Juan Carlos, al que brindan Roca y Castella. Apenas sucede
nada hasta el quinto toro, al que Talavante corta una oreja; en el último, Roca
Rey arrolla, enloquece a la Plaza, corta dos trofeos y abre la Puerta Grande.
A muchos les escama que haya que remendar
la corrida de Cuvillo con dos toros, después de haber lidiado doce en
Sevilla y los de la tarde triunfal de Jerez. En Las Ventas, el nivel de
exigencia, en los toros, es distinto. Por eso algunos diestros no quieren
venir. El recelo aumenta por la presentación y escasez de casta de varios: un
sector del público se pone muy en contra, parece que la tarde va a encallar.
Castella, triunfador del pasado San Isidro,
va a torear cuatro tardes: un gesto de figura (Ignacio Sánchez Mejías llegó a
actuar las seis tardes que componían toda una Feria de Julio valenciana). No
tiene suerte, esta vez. Escucho el final de su brindis, lacónico y perfecto: «¡Viva
el Rey, viva España!» El
toro es manejable pero se raja pronto: Sebastián no logra prender la chispa y
escucha un aviso, toreando. El cuarto, de Mayalde, se llama «Atrevido» pero no
es como el famoso de Antoñete: repite pero protestando, sin ritmo. No tienen
eco la técnica y voluntad del diestro, que pincha, sin entregarse.
Talavante ha encontrado su camino de figura.
En el segundo, se simula la segunda vara y eso suscita la justa bronca. (Dicen
que Cuvillo atiende mucho más al juego en la muleta que en el caballo: eso, en
Las Ventas, todavía, no cuela). Alejandro logra algunos buenos
naturales pero el
toro se cae cinco veces, durante la faena: así, en Madrid, es imposible
triunfar. Pincha repetidamente. El quinto es el peor de la tarde: embiste
descompuesto, suelta constantes tornillazos (da un gran susto a Trujillo).
Sorprendentemente, Alejandro le planta cara, al natural: a pesar de los
desarmes, exponiendo mucho, acaba logrando naturales emocionantes. Una faena
muy seria, en una línea diferente de la suya habitual. Mata bien: justa oreja.
Con sólo 19 años, Andrés
Roca Rey tiene
cualidades claras de figura: cabeza fría, valor natural, variedad. En el primero,
levanta un clamor al replicar, con el capote a la espalda, el quite de
Castella. Comienza con tres pases cambiados y sigue por la derecha, muy mandón,
aguanta parones. Como el toro se raja, recurre a lo menos clásico y los
puritanos se lo reprochan, injustamente. El sexto, de Mayalde, es serio, alto,
abierto de pitones: se mueve, va fuerte, sin fijeza. Andrés asusta al público
con un tremendo quite, capote a la espalda. Enlaza los estatuarios con unos cambios tan ceñidos que el toro le tropieza; templa por la
derecha, aguanta coladas por la izquierda: traga de verdad, se juega la
cornada, con serenidad asombrosa, pone a la gente de pie. Entra a matar
volcándose, sale con la taleguilla rota. Se han acabado ya los recelos: el
público madrileño se ha entregado a un nuevo fenómeno. ¡Qué
bueno es esto para la Fiesta, en el Perú!Y, en general, en todo
el mundo taurino. Roca Rey ha apostado fuerte y ha ganado. Si le respetan los
toros –su toreo es de enorme riesgo– va a arrasar, en muchos ruedos. Sólo he
lamentado que no lo haya visto, esta tarde, su compatriota Mario
Vargas Llosa, que me preguntó por él.
En Sevilla, me dijo Roca Rey que prefería la
música de su tierra y de su edad, el reguetón. Le encajan bien varios títulos
de este género: «Aquí estoy, en el destino me
encontrarás»; «No
dudes»; vengo a «La pelea»; aprovecho «La ocasión»; busco «El corazón»; «Te
quiero convencer»... Por mi edad, me gustan más las canciones peruanas
tradicionales, que también se le pueden aplicar: es un «Caballero de fina
estampa»; “Pasito a paso, vas caminando por la vereda, que tienes alma de
tradición»; esta tarde, ha logrado unir «Sueño y realidad»... Y a Mario Vargas
Llosa, tan interesado por él, pero que no ha podido verlo –dedicado, en
Argentina, a otros felices menesteres–, yo le podría decir: «Déjame que te
cuente, limeño, déjame que te diga la gloria, ahora que aún perdura el
recuerdo...» Y todo el triunfo de Andrés Roca Rey se resumiría en un título
feliz: «El cóndor pasa».