El diestro presentó en Madrid su
biografía escrita junto al crítico de ABC, Andrés Amorós
ELENA JORRETO / MADRID ABC
Mario Vargas Llosa no es torero. O al menos
no lo era hasta que Enrique Ponce añadió a su Premio Nobel de Literatura «algo
de torero». Descubrió sus dotes hace dos días, cuando ambos se enfrentaron al
alimón a una vaca. Ayer, mientras el peruano gesticulaba recreando un animal
diminuto, las risas inundaban el salón del Club Siglo XXI. Allí se citaron para
presentar «Enrique Ponce, un
torero para la historia» (La
esfera de los libros), una biografía escrita al alimón por el diestro y el
crítico taurino de ABC, Andrés
Amorós.
Acompañado por múltiples personalidades del
toreo y de la esfera social, el literato describió junto al autor la
trayectoria y la personalidad de Ponce, un diestro que, a punto de cumplir sus
bodas de plata como matador, ya se ha enfrentado a más de 4.000 toros en sus
diez temporadas de carrera.
«Enrique Ponce aprendió a mover una muleta
cuando tenía cinco años», se arrancó Vargas. «Una muleta que era una
servilleta». Entonces, el valenciano ya contaba con las tres cualidades que, a juicio de Amorós, precisa todo diestro: «Cabeza, que significa ver
las cualidades del toro rápidamente (Enrique es un niño prodigio, todo lo
contrario que Luis Miguel Dominguín que era, personalmente, un pequeño
desastre); elegancia natural (esa difícil facilidad que le
caracteriza) y valor sereno».
Un torero para la historia
El libro retrata a un hombre que «parece la
hechura de la felicidad, y nos muestra cómo la ha ido construyendo su
protagonista día a día, con el mismo amor con el que aprendió a matar a ese cómplice entrañable que es para
él el toro bravo». La explicación
de Vargas Llosa se complementa con la humildad
del torero, que justifica el título del libro: «Es un torero para la historia
porque ha toreado en todas las plazas, todos los toros de todas las ganaderías,
sin rehuir a ninguno; cosa que no todos hacen», dijo Amorós.
Aunque tardó en saltar al ruedo, el
valenciano no se hizo esperar. Abrumado por el cariño que desprendía el salón,
dijo que «siempre he salido a la plaza a torear
como si fuera el último día. Nunca he pensado en logros ni en estadísticas».
Aunque también confesó que con el libro ha descubierto «muchos datos que
desconocía».
Tras agradecer a su mujer, Paloma Cuevas,
hijas y amigos el apoyo recibido durante todos estos años, el torero también
dedicó unos minutos a hablar de la situación de su oficio. «Yo no veo tanto
pesimismo en los toros. El
problema que tiene en estos momentos la fiesta es la que tiene toda España: la
crisis», dijo. Una crisis que afecta especialmente a los jóvenes, en este caso,
novilleros. Y «pagar para torear no está en el pensamiento de un torero».