Por: Gregorio Tebar Perez.
Torero.
Sí, sí, si nosotros, los caballos, pudiésemos hablar diríamos y explicaríamos muchas cosas sobre nuestros amigos, domadores, caballistas y banderilleros, los antaño Caballeros Rejoneadores.Estamos a salvo de las críticas hacia todos los fallos de nuestros jinetes y amigos, pero no nos libramos de recibir golpes, varetazos y muchas veces graves cornadas de nuestros iguales los toros. El día de ayer en una plaza de toros muy coquetona y llena de féminas en su gran mayoría, dimos la cara y los cuartos traseros todas las veces que nuestros jinetes nos lo ordenaban. Nosotros no les llamamos “toreros a caballo”, por la sencilla verdad y razón de que los únicos toreros y valientes somos nosotros. Ellos, nuestros amigos que sufren y luchan con una ilusión a toda prueba y que nos educan para torear con garbo las embestidas de los toros, de cuando en cuando tienen errores, como en el día de ayer, y pasamos muy malos ratos. Los golpes o cogidas, sin herirnos, son dolorosísimas. Pero no nos quejamos, al contrario, reaccionamos como lo que somos, caballos toreros y valientes. Somos de una pasta fuera de lo común, mérito de nuestros domadores y jinetes convertidos en buenos, regulares y a veces desacertados banderilleros.
Decimos que cuando por las circunstancias que sean nuestros jinetes no sepan resolver sus problemas delante del toro, que no nos arrojen y nos abandonen a nuestra suerte entre los pitones del toro. Y si somos atropellados varias veces como en día de ayer, debiera la autoridad competente de alguna manera llamar al orden a mi amigo y rejoneador, para que estos trances tan desagradables no se den tarde sí y otras también. Lo decimos porque cuando terminamos nuestras lucidas clases de arte y valor (pues nuestro es el verdadero mérito) y el caballero rejoneador ha estropeado con su torpeza o mala suerte nuestra grandiosa labor, nos debieran sacan al ruedo para que nuestros seguidores nos dediquen sus calurosas ovaciones, pues nosotros somos salvos de la pésima puntería de nuestros amos.
Decimos que cuando por las circunstancias que sean nuestros jinetes no sepan resolver sus problemas delante del toro, que no nos arrojen y nos abandonen a nuestra suerte entre los pitones del toro. Y si somos atropellados varias veces como en día de ayer, debiera la autoridad competente de alguna manera llamar al orden a mi amigo y rejoneador, para que estos trances tan desagradables no se den tarde sí y otras también. Lo decimos porque cuando terminamos nuestras lucidas clases de arte y valor (pues nuestro es el verdadero mérito) y el caballero rejoneador ha estropeado con su torpeza o mala suerte nuestra grandiosa labor, nos debieran sacan al ruedo para que nuestros seguidores nos dediquen sus calurosas ovaciones, pues nosotros somos salvos de la pésima puntería de nuestros amos.